Dom soltó un suave ronquido y despertó de un sobresalto. Tenía la boca pastosa y se encontraba desubicado. Apagó la televisión mientras torcía el gesto y se levantaba. Vaciló al dar los primeros pasos, pero se enderezó, se rascó la cabeza y se encaminó a la cocina. Una vez allí se dio cuenta de lo sediento que estaba, por lo que cogió una botella de agua de la nevera y la vació en su reseca garganta.
La habitación era un completo desastre. Paquetes de comida china vacíos en la encimera, botellas de cerveza sin una gota de alcohol en su interior llenando el fregadero, la bolsa de la basura a rebosar y el suelo pegajoso de Dios sabía qué. La nevera llena de alcohol y vacía de comida completaba el caos reinante en la cocina.
"¿Cómo he llegado a esto?"
En realidad lo sabía muy bien, aunque no se le podía culpar sólo a él.
Pateó una lata del suelo y se sentó apoyando la espalda en la jamba. Miró el reloj por puro aburrimiento. Las 17:32. "Vaya, todavía queda mucho día. Genial" pensó con fastidio.
No tener nada que hacer lo mataba por dentro.
La grabación del disco se había paralizado debido a la reciente paternidad y matrimonio del cantante de la banda y a la futura paternidad del bajista.
"Ya no tenemos 23 años y lo sabes" habían dicho "Tenemos que sentar la cabeza y deberías aplicártelo". Era fácil decirlo, sobretodo para ellos, pero él no estaba hecho para eso. Ni para ejercer de marido florero ni para criar a su propio equipo de fútbol. " 'Juntos para siempre' ¡mis pelotas! Juntos hasta que se cruce una mujer en mi camino, más bien".
Había intentad suplir esa falta de actividad, de adrenalina, con otra banda, pero no era lo mismo... y no eran "ellos". Y no funcionó.
¿Y ahora? Con un disco apartado; uno en París, sonriendo en alfombras rojas de la mano de su flamante mujer; otro con su feliz matrimonio y su legión de hijos en Inglaterra; y él, atrapado en Los Angeles. ¿Ahora qué, exactamente?
Esperar, siempre esperar.
"Igual que esperaste a ese maldito engreído, ¿verdad?" le recordó una voz insidiosa antes de que la pudiese acallar.
Se levantó exasperado y se apoyó en la mesa.
- ¡Ni que fuese tan fácil! - se oyó gritar. Respiró hondo tratando de calmarse y, justo cuando la ira empezó a desvanecerse, llamaron a la puerta.
Decidió no abrir, dado su estado de ánimo. Lo último que quería era recibir a alguien y tener que obligarse a ser amable cuando lo único que quería era liarse a puñetazos con el primero que pasase.
Las llamadas al timbre continuaron, seguidas por frenéticos golpes en la puerta. Con los nervios de punta se dirigió a la entrada dispuesto a echar a cualquiera que estuviese allí.
Y los gritos furiosos se quedaron helados al ver quién era.